sábado, 26 de noviembre de 2022

PAISAJE DE CATAMARCA - RAUL CHULIVER


PAISAJE DE CATAMARCA
El estreno de esta obra se produjo en el lugar y forma que paso a relatar: Edmundo
Zaldivar, -el inspirado autor del mundialmente conocido carnavalito “El
Humahuaqueño” y además excelente guitarrista integrante por largos años del conjunto
estable de Radio El Mundo– formó un conjunto folklórico que integraban: Mario
Arnedo Gallo, santiagueño, cantor y guitarrero, autor, compositor y campeón de “perder
trenes”, según él mismo se llamaba, con su natural gracejo provinciano. Esto de
campeón de perder trenes proviene de que él vivía en Hurlingam y como era
noctámbulo empedernido, nunca encontraba la hora propicia para arrancar de vuelta
para su casa. Llevaba siempre en el bolsillo, un horario de trenes que empezaba a
consultar a las once de la noche para, sistemáticamente, terminar embarcándose en el
primer tren de la mañana siguiente, cuando no terminaba recurriendo a la hospitalidad
de cualquiera de nosotros, sus amigos, que encantados de tenerlo, le brindamos albergue
por esa noche. Por las dudas siempre llevaba consigo un portafolios en el cual tenía una
muda de ropa, una máquina de afeitar, gomina, peine y agua colonia, en lugar de
papeles o partituras musicales, como podía suponerse. Justo es reconocerle que, a pesar
de sus inclinaciones nochera y bohemias, jamás se permitía ni se hubiera perdonado el
más insignificante desaliño o falta de pulcritud en su persona.
Podría escribirse un libro hablando de las mil facetas interesantes de este
extraordinario folklorista, pero hay otros integrantes del conjunto que esperan turno, a
los que también quiero rendir mi emocionado homenaje, haciéndolos desfilar por este
tinglado de los recuerdos.
Atuto Mercau Soria: A quien, Mario Arnedo, con su oportuna gracia había bautizado
de “El fácil”, caricaturizando, desde luego, los frecuentes cambios de carácter que,
según Mario, sufría Atuto. Es este gran amigo un catamarqueño bonachón, que cuando
está en vena resulta el más amable y entretenido contertulio. Buen guitarrero y cantor,
cuando recita alguna de sus glosas para ambientar una canción, con ese su cantito tan
provinciano y su modo de decir, tan criollo y tranquilón, se puede afirmar, sin temor a
equivocarse, que la canción ya tiene de antemano, ganado el aplauso del público. Es
también un inspirado autor y compositor de música folklórica, dueño de obras que
alcanzaron gran resonancia, tales como su vidalita chayera “Vamos a chayar” y su
“Zamba de la añoranza”.
Fernando Portal: Este salteño, criado en Tucumán, es un extraordinario exponente
del cancionero folklórico argentino; quizá sea el cantor más completo, ya que reúne
todas las condiciones exigibles en un buen cantor: buena voz, de timbre abaritonado,
excelente afinación, emoción, sabor telúrico y profundo conocedor de la buena técnica
del canto. No triunfó, como lo merecían sus condiciones, porque le faltó ese poquitito
de suerte que se necesita para poder triunfar, en todas las manifestaciones de la vida y
además porque él, gran enamorado del canto coral, se empeño siempre en actuar
integrando conjuntos, dirigidos por él o por otros, en lugar de hacerlo como solista.
Pienso que sobretodo esto último, fue lo que le impidió ocupar el lugar a que tenía
derecho por su talento y sus brillantes condiciones. Integró muchos conjuntos; casi
diría que, en los últimos veinte años, no hubo uno que no lo tuviera como integrante,
aunque fuera por poco tiempo. Fue el creador de “Los cantores de Quilla Huasi”,
integrando en un principio por él, Carlos Lastra, Carlos Vega Pereda y Nuñez. Cuando
el conjunto empezó a adquirir popularidad, una enfermedad que lo tuvo postrado en
cama por varios meses y otro tanto de convalecencia, lo obligó a dejar el conjunto,
dando lugar con su retiro, el ingreso de Oscar Valle.

A propósito de la inclusión de Valle, quiero destacar, en homenaje a este gran autor y
compositor argentino, cantor, guitarrista y mejor amigo, que hacía ya un tiempo que
estaba retirado de la vida artística activa y que había orientado su vida hacia el
comercio. Portal, al caer enfermo, le pidió que lo reemplazara para evitar la inminente
desintegración del conjunto. Valle accedió. Pero lo maravilloso de este generoso
amigo fue que, durante el tiempo que duró la enfermedad y convalecencia de Portal,
trabajó sin cobrar un centavo para que aquél pudiera seguir recibiendo su parte. Luego,
como Portal quedó en inferioridad física para seguir actuando, resolvió retirarse
definitivamente del conjunto, quedando Valle como integrante efectivo, lugar que ocupa
hasta la fecha. Dios premió su nobleza y generosidad porque todos los integrantes del
conjunto “Los cantores de Quilla Huasi” , -cuyo nombre, en Quichua, quiere decir “Los
cantores de la casa de la luna”-, hicieron una sólida posición económica. Algún tiempo
después se retiró del conjunto Carlos Vega Pereda, actuando en su lugar Roberto
Palmer.
Luego de esta pequeña digresión, que he creído oportuna y justiciera, en honor de mi
amigo Oscar Valle, seguiré refiriéndome a Fernando Portal. Es también autor de obras
de mucho éxito del cancionero nativista, tales como, Bombo Legüero, zamba en
colaboración con Valle; “Porqué será que parece”, en colaboración con Buenaventura
Luna; y sus más recientes “Pura tristeza”, vidala con letra del poeta salteño Manuel
Castilla, con la cual obtuvo el segundo premio en el Primer Festival Internacional de la
Canción, realizado en Salta; y más recientemente, ganador del Tercer Festival Odol de
la Canción, por Canal 13 de televisión de la Capital Federal, con su zamba “Pastor de
nubes”, también en colaboración con Castilla.
Este buen amigo, hombre generoso y sin egoísmos de ninguna naturaleza, aparecerá
todavía varias veces a lo largo de este relato, porque también fue largo el camino que
recorrimos juntos y ancho el afecto que le profeso. Estaba también con nosotros, el
catamarqueño Julio Alvarez Vieyra; buen amigo, excelente “bombisto” y profesor
indiscutido de “Locros”. Cuando el negrito Alvarez –así le llamamos nosotros- se
ponía su delantal y empezaba a manipular cacerolas y sartenes, era cuestión de empezar
a “hacer boca” con unos buenos tintos, preparando el estómago para el festín
gastronómico que se avecinaba con el locro.
Otro de los integrantes de aquel conjunto fue un muchacho sureño, llamado
Guillermo Gándara; hombre correcto y sencillo que manejaba muy bien la guitarra. Lo
perdí de vista, pero siempre conservo un grato recuerdo de él por su hombría de bien y
por haber sido copartícipe en los primeros pasos de mi Paisaje de Catamarca.
También integraron aquel conjunto, los hermanos Yacante dos catamarqueños muy
buenos cantores; uno de ellos Gustavo se volvió a su pago y allí sigue cantando,
integrando un conjunto llamado “Los arrieros de Valle Viejo”; conjunto de gran fuerza,
autenticidad y sabor telúrico. El otro hermano –Emilio- cambió de rumbo, dedicándose
a la canción melódica.
Yo completaba el conjunto, como pianista.
He sentido el impulso y la necesidad de hacer esta detallada descripción de cada uno
de los integrantes de aquel conjunto, que dirigía Edmundo Zaldivar –Cacho, para
nosotros- porque todos esos amigos contribuyeron y no en poca medida, a que esa
pequeña criatura recién nacida – Paisaje de Catamarca- diera, en firme, los primeros
pasos, para luego afirmarse en el espinoso camino del éxito.
Con ese conjunto debutamos en una confitería en Vicente López, llamada “Yaraví”,
en la que también actuaba aquel cantor español que, en su época, fue máxima expresión
del “Cante jondo” y que se llamaba Angelillo.

Era la noche de la inauguración y, con ese motivo, había una gran concurrencia de la
familia artística del cine y de la radio, por ser uno de sus dueños, la conocida actriz de
radio-teatro, Carmen Valdez.
Ante tan selecta y capacitada concurrencia, estrenamos, aquella noche, “Paisaje de
Catamarca”. Mientras los demás le hacíamos un fondo musical, Atuto Mercau Soria
recitaba una glosa que él escribiera especialmente para esta obra. Su voz gruesa,
profunda y un tanto aguardentosa –esto último no significa que sea un bebedor, pues
nunca lo fue, sino solo una característica natural de su voz- y su pronunciada tonadita
provinciana, creaban un clima de expectación y predisponía al público a escuchar con
mayor atención. Terminada la glosa, Atuto y Mario se adelantaron y, muy suave y
sentidamente, la cantaron; más la dijeron con una emoción y un sabor con que nunca
más la volví a escuchar. El éxito fue clamoroso; el público nos la hizo repetir tantas
veces que casi aprendió la letra de memoria y al final de la noche ya la cantaba junto
con nosotros. Todos los muchachos compañeros me abrazaban mientras el público
seguía aplaudiendo y fue tan enorme mi emoción y mi felicidad, que, sin poderlo evitar,
lloré como un niño.
Se cumplía así el presagio de Adolfo Abalos. Antes de un mes la cantaba, silbaba o
tarareaba, todo el pueblo. Fue tan meteórico el éxito, que ni siquiera me dio tiempo a
asimilarme. Esto creó algunas situaciones muy graciosas, como la de encontrarme en
alguna confitería donde actuaba conjuntos folklóricos y de pronto escuchar que el
animador anunciaba la presencia de la sala, de un gran folklorista argentino y mientras
yo buscaba tratando de ubicarlo, escuchaba mi nombre en boca del anunciador, con la
consiguiente vergüenza para mí.
Me encontré así con que, de la noche a la mañana, mi Paisaje de Catamarca había
hecho el milagro de sacarme del anonimato, colocando mi nombre y fotografía en
revistas, diarios, radios, peñas y también en boca de todo el pueblo que, aunque no me
conocía personalmente, ya conocía mi nombre a través de esa zamba que nació como un
saca-apuro, una noche de carnaval en que se me había agotado el repertorio. ¡Es el
mágico poder de una canción!...
Satisfacciones y emociones que me brindó a raudales. Obsequios, pergaminos,
medallas y demostraciones de toda índole. Pero yo bien sé que el éxito, al que
contribuye en gran medida el factor suerte, es contagioso. Se, también, que el público
es elitista; de modo que nada de todos esos halagos, han conseguido cambiar mi natural
modestia y sencillez.
Entre las distinciones que conservo con mayor cariño y estimación, se halla un
pergamino y medalla de oro que me obsequiaron mis hermanos y familiares más
allegados y un cuadro autografiado que me dedicó el gran pintor Benito Quinquela
Martín, junto con su autobiografía. Este cuadro me fue obsequiado en un almuerzo en
su atelier de la Boca, al que fui invitado pro mi viejo y querido amigo el escritor
catamarqueño, Académico de la Academia de Letras Argentina, profesor doctor Carlos
Villafuerte. De sobremesa se hizo un poco de música y con ese motivo toqué el piano y
por ese especial pedido de Villafuerte, mi zamba “Paisaje de Catamarca”, que fue
cantada por todos los concurrentes. Cuando terminé fui sorprendido con una invitación
a pasar a las habitaciones privadas del maestro Quinquela, donde éste me esperaba con
el cuadro y un libro de su vida, ya autografiados. La dedicatoria que le puso al cuadro,
dice: “Al amigo y creador de Paisaje de Catamarca, recuerdo de Quinquela Martín”.
Fue tan grande mi emoción como mi sorpresa; tanto que solo atiné a darle un apretado
abrazo, sin poder pronunciar una palabra, para significarle el grandísimo honor que
significaba para mí, su dedicatoria.

viernes, 18 de noviembre de 2022

DEL TIEMPO I MAMA - RAUL CHULIVER

                DEL TIEMPO’I MAMA     zamba de Polo Gimenez
Polo Giménez, nombre artístico de Rodolfo Lauro María Giménez, (1904-1969), fue un compositor y pianista, intérprete de música folklórica de Argentina, identificado con las provincias de Córdoba donde se crio y Catamarca, donde vivió de adulto. Está considerado como uno de los precursores del boom del folklore argentino producido a partir de la década de 1950. 
Es autor de canciones que integran el cancionero folklórico tradicional ,
En esos días se me presentó una oportunidad desde largo tiempo acariciada: Carlitos
Lastra, uno de los integrantes del “Los cantores de Quilla Huasi”, me contó que una tía
de él quería vender su piano Vienés, de media cola; estaba en perfectas condiciones,
según me dijo y agregó que él se había acordado de mí, por tratarse de una oportunidad
que podía interesarme. Es claro que me interesaba y mucho, pero eso no era suficiente;
había que saber si lo podía financiar. Por las dudas fui a verlo y desde el momento que
puse las manos sobre el teclado, me dije a mí mismo: “Tengo que encontrar la manera
de poder comprarlo. Este piano tiene que ser mío”. Pedía por él, veinticinco mil pesos,
precio bastante ventajoso para esa época –año 1950- pero para mí resultaba una pequeña
fortuna, que no tenía. Hice mil combinaciones hasta que, por fin, pude comprarlo.
Cuando lo tuve en casa, me pellizcaba para tener la seguridad de no estar soñando.
Me sentía como un niño que ha conseguido el tesoro del juguete largamente deseado.
Pasaba largas horas tocando y deleitándome con la pastosidad y dulzura de su sonido
aterciopelado.
Como primera obra compuesta en ese piano, nació una zamba que, con el andar del
tiempo, alcanzaría una popularidad tan grande como “Paisaje de Catamarca”. Los
lectores que conocen el repertorio mío, ya habrán adivinado que me estoy refiriendo a la
zamba “Del tiempo’i mama”, cuya letra va a continuación.
DEL TIEMPO’I MAMA
El viejo patio que dá al callejón,
la galería, el aljibe, el rosal,
la pajarera, la hamaca, el malvón,
me llevan siempre en el recuerdo a mi pago’i Pomán.
Veo a mi tata, contento y feliz,
pitando una chala y meta matear,
mientras mi mama, déle trajinar,
pasa secándose las manos en el delantal.
Qué tiempo feliz, el de la niñez!...
veláy, yo no sé para qué pasará!...
Palabrita’i Dios que dan gana’i llorar
de solo pensar que no volverá.
Vieja casita del pago’i Pomán,
porque sos parte de mi vida, te quiero cantar.
Veo la cuja, el brasero, el telar,
la paila’i cobre y el huso del hilar;
y en la batéa, con puyos tapao,
está leudando el amasijo para hacer el pan.
Me veo chango en el patio, jugar
y al Carchi moto, mirarme y toriar;
oigo a mi mama, fregando la olla para hacer el guaschalocro,
cantar y cantar.

Cuja: Cama. Paila: especie de olla de cobre para hacer dulces. Carchi: cusco,
perrito chico. Moto: rabón. Guaschalocro: locro pobre.
Esta zamba lleva adosada una glosa, que viene a ser la motivación del tema. En algunos
discos en los que está incluida, la digo yo: como en el de “Los cantores de Quilla
Huasi”, en el de “Los hermanos Fruttero”, un muy buen conjunto de Río Cua rto
(Córdoba) y también, últimamente, en un disco que grabé con mi conjunto, para la
Fiesta Nacional del Poncho, por encargo del gobierno de Catamarca. La glosa de
referencia dice así: “Cuando de estar estando, me acuerdo de cuáaaanta… cuando vivía
mi tata… cuando mi mama me sabía retar… cuando me salía pal cerro a buscar las
cabras, con la honda colgada al cuello y méeeeeta silbar… y me véo ahora, tan lejos y
tan solo como me he quedao… Me entra una tristeza… y… me dá pereza de seguir
pensando, total, que vuá remediar, ah?”
Hay algunas anécdotas a propósito de esa canción; cosas que sucedieron y que me
daban asidero para pensar que, en cualquier momento podía surgir la popularidad;
aunque esto recién sucedió siete largos años después de haberla publicado. El éxito
tiene esas cosas: sus pequeños caprichos y veleidades. Así como “Paisaje de
Catamarca”, fue un suceso inmediato, que yo no esperaba, esta otra, a la que yo atribuí
una pronta popularidad, durmió siete años en el más completo anonimato.
Pero vamos a las anécdotas: Vivía para ese entonces, en un departamento en Avenida
Gaona 1433; teníamos de vecina en el mismo piso, a una señora judía, bastante mayor,
lo que no significaba que no fuera de un carácter jovial y graciosa. Era además, muy
coqueta; le gustaba arreglarse bien y hablar de grandezas. Superficial pero muy
simpática y cariñosa. Había vivido en Tucumán y allí había tenido ocho hijos. Y por
ese sólo motivo pretendía ser una autoridad en música folklórica, aunque a la legua se
notaba que, ni la entendía ni le gustaba mayormente. Se llamaba doña Pola Kohan de
Raskowsky.
Con motivo de tan cercana vecindad y por el hecho de no tener teléfono en su casa, a
cada rato llegaba a la nuestra. Estando doña Pola no se podía hacer música porque ella
canturreaba todo lo que se tocara, lo conociera o no; lo mismo si lo hubiera escuchado
antes o por primera vez; seguramente pretendía confirmar con eso, su pregonada
versación musical. A mi siempre me hacía bromas y me decía cosas como: “A ver ché,
¿que has compuesto últimamente –ella me tuteaba, yo no a ella-. Hacémelo escuchar,
pero tocá bien, mirá que yo entiendo mucho de estas cosas y si chamboneás, a mí no me
vas a engañar”. A veces yo estaba en vena, y siguiéndole la corriente, me sentaba al
piano y tocaba la última música que había compuesto, aunque ya sabía que doña Pola
empezaría con su canturreo sin escuchar, o por lo menos sin prestar atención a lo que yo
tocara.
Comencé a tocar “Del tiempo’i mama” y, como siempre, ella empezó a canturrear;
aunque pude observar, que no lo hacía tan continuadamente como otras veces, sino
dejaba algunos intervalos en que realmente escuchaba. Llamé a Elena, que estaba
cocinando, para que la cantase y sucedió entonces que doña Pola, a medida que iba
escuchando la letra –ella que era tan movediza e inquieta- empezó a ponerse seria y
quietecita y cuando menos podíamos suponer, se la oyó sollozar pero tan afectada y
profundamente conmovida, que yo dejé de tocar de inmediato, me levanté, le di un
abrazo y por romper la tensión, le dije: ¿Para eso me pide que toque el piano?... ¿para
ponerse a llorar?. Reaccionó enseguida y entre sonrisas salpicadas de llanto, como
queriendo restarle importancia al episodio, tal vez pudorosa de haber desnudado así sus
sentimiento, me dijo: “¿Mirá que sos un loco, pero hacés cosas lindas, eh?.
Íntimamente le agradecí a doña Pola ese llanto que me demostraba, mejor que
cualquier elogio, que esa zamba era una obra que podía llegar al corazón de la gente.
¡Pobra doña Pola!; ya no está, para leer estos recuerdos que la hubieran hecho feliz,
porque en el fondo nos quería sinceramente.
A pocos días de este episodio, llegó de Mendoza un viejo amigo de la juventud,
profesor y patrocinador de boxeo. Venía a Buenos Aires trayendo un pupilo que debía
disputar el título de Campeón Argentino de los livianos, que detentaba el inolvidable
Alfredo Prada. Vino a casa a visitarme y después de agotar el tema sobre el motivo que
lo traía, pienso que más por hacerme un cumplido que por real deseo, me pidió que si
tenía algo nuevo, se lo hiciera escuchar. No queriendo perderme la oportunidad de
probar el efecto que producía en un hombre dedicado a una actividad tan aparentemente
opuesta a la música, me senté al piano y le pedía a Elena que cantara “Del tiempo’i
mama”. Carlitos Suares, que así se llamaba aquel amigo, medio recostado en el marco
de la puerta que quedaba al lado del piano, cerca de mí, estaba sonriente, cosa habitual
en él; de pronto se quedó serio y ante nuestra enorme sorpresa, metiendo su cara entre
su brazo derecho, me estiró en silencio su mano izquierda y en el apretón que me dio,
parece que quiso hacerme comprender todo lo que no pudo decir por la emoción. Lo
único que alcanzó a balbucir, en un esfuerzo por tratar de justificar lo que él suponía
una debilidad, impropia de un hombre dedicado a la ruda actividad del boxeo, fue algo
como: “perdónenme pero yo soy un sonso para estas cosas”. ¡Ojalá –pensé yo- todos
los sonsos y los que no lo son fueran capaces de emocionarse así con una canción! ¡Qué
distinto sería el mundo!...
Pero una de las anécdotas más curiosa, fue la que me ocurrió con un amigo a quien
quiero y distingo mucho: el catamarqueñísimo doctor Marcelo Barrionuevo; eminente
cirujano que estuvo muchos años radicado en Filadelfia. Desde allí solía remitir libros
de medicina y discos, que yo le guardaba para cuando resolviera volver para instalarse
en Catamarca. Cuando esto sucedió, vino de paso a visitarnos y a retirar sus efectos;
pero no vino solo. Se había casado con una simpática norteamericana que, por
supuesto, cuando llegó a Buenos Aires no hablaba una palabra en castellano.
Conversamos de mil cosas; recordamos otras tantas y, de cuando en cuando, al suponer
que el asunto podía interesarle a la señora que permanecía mirándonos con esa sonrisa
incierta y afligida de la persona que no entiende lo que se está hablando, mi amigo –que
habla correctamente el Inglés- le traducía algo haciéndola participar en la conversación.
Así llegamos a lo que, generalmente sucede con todos los amigos que llegan a casa:
“Haceme escuchar algo nuevo que hayas compuesto últimamente”. Accedí con mucho
gusto, como era lógico, y toqué “Del tiempo’i mama”. Elena lo cantó, muy suavecito…
muy íntimo. Marcelito, que hacían cinco años que faltaba del país y que, por añadidura,
había vivido en casa de sus padres en Catamarca, todo lo que yo describo en la letra, se
emociono muchísimo, y a pesar del dominio que tiene sobre sus sentimientos y
emociones, no pudo evitar que se le llenaran de lágrimas los ojos.
La señora como es de suponer, no salía de su sorpresa de ver a su marido tan
emocionado y, por supuesto, quiso saber el motivo. Hablando con Marcelito, en inglés,
le preguntó de qué se trataba. Para que lo comprend iera mejor, mi amigo me pidió que
la tocara otra vez y a Elena, que la cantara. Y aquí viene la escena curiosísima, un tanto
insólita y muy emotiva, que se vivió en aquella oportunidad: Yo tocaba en el piano la
zamba; Elena la cantaba; mi amigo le iba haciendo la traducción de la letra a la señora y
ésta, que, por encontrarse en un país extraño a miles de kilómetros de distancia del
suyo, donde había dejado sus más caros afectos –sus padres- se sintió tocada por el
motivo de la letra que el marido le iba traduciendo y, abrazándose a éste, lloró
desconsoladamente.
Fue así como la zamba “Del tiempo’i mama”, tocada al piano, en Buenos Aires, por
un cordobés y cantada por una porteña, hizo llorar a una norteamericana que no conocía
nuestro idioma. ¿No es curiosísimo? Es mucho más de los que un autor puede esperar
de una obra suya!...
Pero no obstante todas las comprobaciones que dejaban ver la posibilidad de que se
hiciera popular enseguida, la obra seguía sin trascender al gran público. Continuó sin
salir del círculo de mis amigos; hasta que, por fin, siete años después. Alberto Merlo,
hoy muy conocido en el ambiente como fiel intérprete del cancionero sureño, la sacó del
anonimato.
Actuaba Merlo, por aquél entonces, en una Peña que funcionaba en la calle Cerrito
Nº 34, en la planta baja del hotel “Du Midí” (del medio día). De este hotel hablaré más
adelante, muy especialmente. Pero sigamos con la historia de la zamba “Del tiempo’i
mama”. Hablaba de Alberto Merlo.
Este magnifico cantor, conocía muy bien esta obra por haberla ensayado durante
muchos meses, en un conjunto mío, que al final se desintegró sin siquiera hacer llegado
a debutar, por razones que no vienen al caso.
Merlito hizo sus primeras armas en Cerrito 34 –nombre con el que se conocía
también la Peña- y cantaba todas las noches, entre otras obras mías, esta zamba.
Al principio lo hacía porque a él le gustaba, pero a los pocos días, el público ya se la
pedía -según me contaba él- y después tenía que hacerla varias veces por noche, a
pedido de cada grupo que llegaba a la Peña. Por último, ya era el público el que la
cantaba. En esta forma tomó la juventud, que era mayoría en la concurrencia. Fue en
boca de esa juventud que llegó a las arenas de Mar del Plata en el verano de 1961 –año
del gran furor de la guitarra y el cantar nativo entre los jóvenes y los niños-. De allí
volvió con una popularidad tal que no hubo conjunto, solista, instrumentista profesional
o aficionado, que no la incluyera en su repertorio. En mi poder tengo treinta y tantas
grabaciones de distintos intérpretes, y se qué no las tengo a todas.
Todas las obras que llegan a popularizarse, tienen un intérprete que las llevó a la
popularidad. En este caso fue Alberto Merlo, quien lanzó a la popularidad mi zamba
“Del tiempo’i mama”. Por eso le estoy muy reconocido.

miércoles, 16 de noviembre de 2022

 Celebración de Santa Fe. Se conmemoran los 449 años de su Fundación, pues el 15 de Noviembre de 1573, Juan de Garay fundó la Ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, Capital de la Provincia de Santa Fe.

fascículo de Santa Fe , con dos documento de 1944. Historia y su folklore.

lunes, 14 de noviembre de 2022

ZAMBA DEL TIEMPO SOLO - RAUL CHULIVER

EDUARDO FALU  compuso fabulosas obras para canto y guitarra, nacido en Salta, un eximio  artista de nuestra música folklórica, conocido en el mundo entero y   FRANCISCO AMADO "PANCHO" BERRA, poco conocido nació en Córdoba en 1926. Cursó estudios en el Colegio Nacional de Monserrat. Casado, tuvo seis hijas. Ejerció el periodismo, entre otros muchos oficios. Hacia fines de los 60, durante el gobierno de Onganía, debe exiliarse con su familia en Uruguay. Fue letrista de canciones, Autor de la “Zamba otoñal” con Eduardo Falú, la “Huella de Patria y Jinetes” con Carlos Di Fulvio y “Los ojos de Romero” y “Cruz de Quebracho” con Miguel A. Gutiérrez, y esta zamba que interpreta CHuliver, entre más de 20 temas folklóricos registrados. Fue libretista en Cosquín.  Falleció en Córdoba el 28 de noviembre de 1984, a la edad de 58 años. Compusieron Zamba de un tiempo solo hacia 1962 y en 1964 Falu la graba en el sello Phillips.

viernes, 11 de noviembre de 2022

SUSPIROS DEL ALMA - RAUL CHULIVER

ABAJO VEMOS UN ARTICULO SOBRE LA VIDA Y OBRA DE ANTONIO ALBA
QUE ESCRIO NUESTRO AMIGO  YVAIN ELTIT DE CHILE. 
TUVE LA OPORTUNIDAD DE VER  LOS CUADERNOS DE LAS OBRAS DE ANTONIO ALBA  QUE ESCRIBIO PARA GUITARRA Y DE ELLOS ME FACILITARON ESTE VALS SUSPIROS DEL ALMA. 



martes, 1 de noviembre de 2022

 

REVISTA FOLKLORE, TURISMO Y PATRIMONIO CULTURAL -
EDICION 84 - NOVIEMBRE DE 2022
ALGUNOS TEMAS

Parques Nacionales Día de la Tradición Historia grandes del folklore 82 p Por caminos de Córdoba Julio Molina Cabral Gaucho Antonio Rivero La Rioja Paraje el Tatu – Zarate Lo Nativo Estancias de Santa Cruz El Chipa Capilla de Yavi Jujuy Leyenda del Pirepillan Tunante Catamarqueño –danza Charla con A Tejada Gomez.

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